Por Antonio Padilla Corona
La
primera dificultad a la que nos afrontamos en esta breve investigación
es el tratar de definir nuestro objeto de estudio: lo urbano. ¿Cómo
se define algo que está en constante cambio, si definir, por
esencia lógica, es precisar las características de un
concepto? La utilidad de una definición estriba en su permanencia
y en que nos permite, por ello, comparar aquello desconocido que de
momento se nos presenta indefinido y confuso. ¿De qué
nos servirá, por lo tanto, una definición que tuviéramos
que transformar constantemente? o desde el otro lado ¿de qué
nos serviría una definición fija e inmutable, que no pueda
aplicarse a un objeto que constantemente se transforma? Definir un objeto
es sencillo; definir un proceso es totalmente diferente, ya que para
que opere dicha definición tiene que involucrar, en su esencia,
la idea de proceso o de cambio.
Buscando la definición de ciudad,
encontramos en distintas culturas, a través del tiempo, diferentes
conceptos de lo que es la misma. Conforme nos retrotraemos en el tiempo
(época clásica grecorromana), vemos a la ciudad relacionada
con una idea objetiva, estática y cerrada. Conforme avanzamos
en las épocas, y particularmente a partir del Renacimiento, las
definiciones reflejan ideas subjetivas, dinámicas y abiertas.
En nuestra época, Ortega y Gasset
nos da luz al respecto al afirmar que “La ciudad es un ensayo
de
sucesión que hace el hombre para vivir fuera y frente al cosmos,
tomando de él porciones selectas y acotadas”. Aquí
la ciudad queda definida en términos de la dicotomía ciudad-naturaleza;
lo que es y lo que no es; lo creado por el hombre y lo no creado por
él. La naturaleza existe independientemente del hombre y, por
lo tanto, se le muestra incomprensible; sin embargo, la ciudad es capaz
de ser comprendida como fenómeno humano. Vico dice al respecto:
“solamente se puede comprender lo que se ha creado o lo que en principio se es capaz de crear (. . .) Como el hombre es
parte de la naturaleza; puedo sin duda, entenderla parcialmente, pero
siempre habrá algo en la naturaleza que no pueda comprender del
todo; siempre habrá algo misterioso para todos, excepto para
su creador.”
Finalmente citaré a Oswald Spengler,
cuya definición de ciudad considero más cercana a esa
misteriosa realidad, que tan pronto creemos contener se nos evade inexorablemente:
“lo que distingue la ciudad de la aldea no es la extensión,
no es el tamaño, sino la presencia de un alma ciudadana. El verdadero
milagro es cuando nace el alma de una ciudad, súbitamente sobre
la espiritualidad general de la cultura, destacase el alma de
la ciudad como un alma colectiva de nueva especie, cuyos últimos
fundamentos han de permanecer para nosotros en eterno misterio. Y una
vez despierta, se forma un cuerpo visible. La aldeana colección
de casas, cada una de las cuales tiene su propia historia, se convierte
en un todo conjunto, y este conjunto vive, respira, crece, adquiere
un rostro peculiar y una forma e historia interna. A partir de éste,
además de la casa particular, del templo de la catedral y del
palacio, constituye la imagen urbana en su unidad el objeto de un idioma
de formas y de una historia estilística, que acompaña
en su curso todo el ciclo vital de una cultura.”
Fachada
principal de la aduana de Tijuana en 1886.
Considero que las reflexiones sobre la
realidad denominada ciudad, anteriormente citadas, nos dan las pistas
de cuáles son aquellos elementos que debemos buscar en su pasado;
elementos visuales, físicos, como calles, edificios, casas, escuelas
e instituciones de gobierno, moldeados y conformados por un cúmulo
de costumbres, tradiciones, gustos, sentimientos, actitudes. No
obstante tal proceso no termina aquí: el hombre conforma su ciudad,
pero a su vez, la ciudad reincide sobre el hombre en gran medida; es
decir, la ciudad es un gran espejo en el que se refleja la imagen del
hombre en su devenir histórico. No es la realidad misma, por
tratarse sólo de una imagen, pero sí una de sus más
grandes manifestaciones. El deber del historiador de lo urbano, en este
caso, es interpretar dichas manifestaciones visuales y descodificar
este lenguaje aparentemente confuso e ilegible. Conforme vayamos encontrando
explicación y respuesta a nuestras interrogantes sobre el fenómeno
urbano, simultáneamente estaremos comprendiendo ese sujeto histórico
que da vida y significación a la ciudad: el hombre.
El objetivo concreto que proponemos en
este ensayo es identificar aquellos elementos visuales de nuestra ciudad
que nos permitan conocer la interacción con los valores, costumbres,
ideas, etc., que sus pobladores le han impreso en el transcurso del
tiempo. Por este motivo es importante considerar, en este contexto,
por un lado, los elementos urbanos de traza, calles, manzanas, localización
de edificios, arquitectura, estilos decorativos, materiales, procedimientos
de construcción, tendencias de crecimiento, zonificación,
orientación, etc., y por otro, la interacción entre ellos.
Todos estos aspectos físicos tienen una intención subyacente,
ya sea utilitaria o, más allá de ello, como necesidades
de identidad, personalidad o de modo de ver la vida.
Posta
de la época.
Finalmente, en esta introducción
mencionaré que los límites cronológicos de 1889
a 1920, que marcan el período en cuestión, no han sido
señalados en forma arbitraria. El primero marca un hito en la
historia de Tijuana como punto de partida del asentamiento urbano, que fue posible
gracias al convenio con que concluyó el litigio sobre la posesión
de los terrenos de este lugar por los herederos de don Santiago Argüello. Antes
de este acto judicial, las transacciones se realizaban tomando como
patrón de superficie la hectárea y el sitio de ganado,
medidas que indicaban superficies de terreno baldío, agrícola
o de pastura para ganado. A partir de esta fecha y con base en el primer
plano urbano de Tijuana, elaborado como complemento del acto judicial,
las transacciones se llevaron a cabo refiriéndolas a lotes y
manzanas, característica netamente urbana. Con respecto a la
segunda fecha, ésta corresponde a una disposición político-económica
de los Estados Unidos, que impactó fuertemente a la población;
nos referimos a la implantación de la Ley Volstead, conocida
popularmente como Ley Seca. Si antes de esta fecha existían fuertes
nexos de dependencia de nuestra población con las de la vecina
California, a partir de entonces los intereses norteamericanos se abalanzaron
sobre la región, dominando la mayor parte de la economía
local durante varios años. Es decir, en este año de 1920
se puede considerar que inicia un nuevo período en la historia
de la ciudad. No obstante estos límites cronológicos un
tanto rígidos, es conveniente comenzar nuestra reflexión
a partir del primer acontecimiento histórico en la región,
mismo que definirá el carácter urbano posterior de la
ciudad: la delimitación internacional (1848-1850), e incluir
un epílogo que trata de responder a la pregunta ¿qué
ocurrió después de 1920?
La
capilla de adobe.
A
mediados del siglo pasado la región del valle de Tijuana, a lo
largo del río del mismo nombre, sufrió por primera vez
la acción del hombre, que posteriormente afectaría todo
el desarrollo de su historia. Esta acción fue la nueva delimitación
territorial de 1848. Por primera vez la región conoció
un límite artificial que marcaba el inicio de otro mundo cultural,
el encuentro con el “otro”, la enajenación de su identidad
cultural y ecológica. Sin embargo, al principio, esta circunstancia
poco afectó al ambiente pastoril y de escasos ranchos en la localidad:
“El monumento de mármol llegó a San Diego el 10
de junio de 1851 y seis días después iba rumbo al punto
inicial cercano a la costa, [en lo que hoy conocemos como playas de
Tijuana], en donde se colocó con todos los honores militares
que ameritaba tal ocasión.”
En agosto de 1880, la escasa gente que vivía cerca de la aduana
se enteró con gran sorpresa de su incendio la madrugada anterior.
Milagrosamente se salvaron el administrador y dos celadores. Parece
ser que nunca se capturó a los autores del siniestro a pesar
de que fue investigado el caso por parte de la autoridad.
Por la descripción que hizo el administrador
en el parte del incendio, el primer edificio tal vez fue de madera y
de dimensiones reducidas. Dos años después se encontraba
en operaciones la nueva aduana fronteriza, la cual conocemos por fotografías
de la época. Esta fue construida con técnicas propias
del centro del país: adobe, altas y angostas ventanas y elevada
altura de su fachada principal. El amplio corredor al frente, sostenido
por varias columnas de madera, respondía a las necesidades de
la región, ya que en época de lluvias era imposible transitar
por el suelo natural debido al barro del que estaba compuesto, que al
contacto con el agua se convertía en un material sumamente pegajoso.
Una idea aproximada del panorama visual
que presentaba Tijuana en esta época, nos la da el documento
que Luis E. Torres -jefe político y comandante militar del distrito
norte de la Baja California- dirigió a la Secretaría de
Gobernación en el año 1888. En dicho documento, el jefe
político solicitó permiso para trazar una calle ancha
de 30 o 40 metros a lo largo de la línea divisoria, y a partir
de la misma, hacia el sur. La idea era dejar libre un espacio de terreno
para que las autoridades tuvieran mayor control del orden público,
ya que la Tijuana mexicana se confundía con la Tía Juana
norteamericana, pues las dos se asentaban en el lecho del río
y sobre el límite internacional. Los vecinos norteamericanos
procuraban atraer el turismo de San Diego, ofreciéndole corridas
de toros, peleas de box, de gallos y otras diversiones que pudieran
llamar su atención, pero en terreno mexicano, por estar prohibidas
en los Estados Unidos. Regularmente tales diversiones provocaban escándalo
y problemas para la policía de ambos países. Existía
antes una pequeña plaza en la que se celebraban corridas de toros,
construida casi totalmente sobre suelo mexicano; sólo una porción
se encontraba de lado americano. Parece ser que esta colocación
“internacional” permitía a los aficionados burlar
a las autoridades de uno o de otro país, según se presentara
el caso. A la llegada del nuevo jefe político, por órdenes
suyas se movió dicha plaza al lado americano. Asimismo, mencionan
que sobre la línea internacional también se encontraban
construidas varias cantinas. No sabemos si la petición del jefe
político se atendió. De cualquier manera, su deseo fue
cumplido el 10 de febrero de 1891, cuando el área donde se asentaba
el pueblo quedó totalmente devastada debido a las aguas torrenciales
de las lluvias que cayeron durante cinco días.
Bazar
Mexicano, Alejandro Savín en la puerta.
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MUNICIPALIDAD
DEL DISTRITO NORTE DEL TERRITORIO DE LA BAJA CALIFORNIA
BANDO DE POLICIA Y BUEN GOBIERNO
Formado
por la comisión de embanquetado y carruajes, Y aprobado
por el H. Ayuntamiento el 24 de Febrero de 1890.
Art. 1o. Todos los carruajes de
cualquier especie que transiten por las calles de la población
no podrán salir del trote natural de sus cabalgaduras,
quedando estrictamente prohibidas las carreras al galope
o rienda suelta, bajo la pena de $5 a $25 que se aplicaría
al dueño ó conductor, sin perjuicio de las
responsabilidades de otro género en caso de accidente.
La misma prevención se establece respecto de los
animales de silla y de carga.
Art. 2o. Deberán tomar siempre
los carruajes dentro de la población, la derecha
de su frente; de manera á dejar libre su izquierda
para los que transiten en sentido contrario. La infracción
de este artículo será penada con multa de
uno á cinco pesos, independientemente de la responsabilidad
civil y criminal en que incurra el culpable de choque ó
colisión.
Art. 3o. Al estacionarse en las
calles los carruajes y cabalgaduras lo mismo que al transitar
por ellas, lo harán fuera de las banquetas y donde
no las haya dejaran libre para la circulación de
las banquetas y donde no las haya dejaran libre para la
circulación de la gente de á pié un
espacio de dos metros por lo menos, del lado que
comprende á la banqueta. Al apearse no ocuparán
ésta con el cabestro ó riendas, ni de cualquier
otro modo que pueda ser molesto ó peligroso al público.
Los infractores sufrirán una multa de cincuenta centavos
á tres pesos.
Art. 4o. Los que al apearse de
su cabalgadura ó carruaje dejen sueltas las riendas,
ó no aseguren debidamente el cabestro, de manera
que por esta circunstancia pueda correr peligro el público
u ocasionarse una desgracia, sufrirán una
multa de uno á veinticinco pesos, según gravedad
del caso.
Art. 5o. Al dar vuelta en las esquinas
deberán los conductores de carruajes, moderar el
paso de sus cabalgaduras y alejarse de ella a la mayor distancia
posible. Si por no tener el debido cuidado maltratasen el
embanquetado, cerca ó edificio, ó rompiesen
algún farol, además de quedar el propietario
del carruaje obligado al pago de los gastos de compostura
y reparaciones, sufrirán los conductores una multa
de cincuenta centavos a tres pesos.
Art. 6o. Todos los carruajes que
transiten por la noche dentro de la población así
como en los caminos vecinales, deberán usar dos faroles,
uno á la derecha y otro á la izquierda del
pescante, de manera que las luces sean perfectamente visibles.
La falta de luces se castigará con multa de cincuenta
centavos á tres pesos, obligándose al propietario
á su costa al cumplimiento de esta disposición.
Art. 7o. Todo maltratamiento indebido
á las bestias de tiro, de silla ó de carga,
así como el uso de animales excesivamente flacos
o lastimados, ó a los que se haga sufrir carga demasiado
pesada será castigado con multa de uno a cinco pesos
por la primera vez, de cinco a diez por la primera reincidencia,
y de diez hasta cincuenta por las ulteriores. La autoridad
que conozca del caso, prohibirá á los propietarios
el uso del animal flaco o lastimado hasta que á juicio
del regidor o regidores del ramo se considere en buen estado
para el servicio á que se le destina. Todos los vecinos
de la localidad están en la obligación de
denunciar á la autoridad cualquier abuso que noten
en este sentido.
Art. 8o. Se prohíbe dentro
de la población el uso de animales broncos ó
que no estén completamente amansados ya sean de tiro
ó de silla, bajo la pena de cincuenta centavos á
tres pesos.
Art. 9o. Todo animal que se encuentre
vagando por las calles de la población, será
recogido por la policía y retenido en el corral hasta
que ocurran por él, pagando previamente una multa de cincuenta
centavos á cinco pesos, los gastos ocasionados en
la manutención y cuidado del animal, y la remuneración
de los perjuicios, si los hubiere. Si el propietario no
ocurre en el término de tres días se procederá
en la forma determinada para bienes mostrencos por el Código
Civil.
Art. 10 En defecto de las multas
á que se refiere este bando, se impondrá el
arresto correspondiente computado en la forma legal.
Art. 11. Son competentes para aplicar
las penas anteriormente establecidas, el Jefe Político,
el Presidente Municipal y el regidor ó regidores
del ramo.
Ensenada de Todos Santos, Febrero 24 de 1890.
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Otra imagen física del pueblo en
esa época nos la presenta un reportero del periódico norteamericano The Nation, quien tuvo oportunidad de estar en el lugar: “La
línea divisoria está ocupada por un restaurant con el
pretencioso nombre ‘Delmónicos’. Opuesto a él
se encuentra una tienda de puros, denominada sugestivamente ‘The
Last Chance’. Hay más cantinas en Tijuana que edificios
(. . .) sólo había unos cuantos mexicanos con sus ponchos
y sarapes. Me dije ¡Dios mío este si es un lugar desolado!”
Como podemos ver, en la descripción se mezcla con la realidad,
algo de los prejuicios del reportero, fiel a la imagen estereotipada
con la que siempre nos han visto a los mexicanos.
Observamos que en la imagen general del
proceso de desarrollo del poblado, según los documentos de la
Tijuana de aquellos años, se yuxtaponen varias imágenes
parciales que corresponden a diversos momentos del mismo, las cuales,
entreveradas en el conjunto, reflejan las costumbres, los valores y
los distintos intereses de sus primeros pobladores. En este proceso
podemos distinguir varias contradicciones sucesivas:
Primeramente,
aquel valle en el que se asentaba el rancho de los Argüello, gozó
de la tranquilidad y quietud que le permitían las actividades
agrícolas y ganaderas que se desarrollaron en él durante
muchos años. De repente, con la nueva delimitación internacional
y el contacto con otra cultura, cuya característica principal
era el dinamismo y el negocio rápido, cambiaron totalmente las
circunstancias de la región. El viejo rancho de los Argüello
se convirtió en una posta cuyo nuevo objetivo fue satisfacer
las necesidades de los norteamericanos que viajaban en las diligencias
por el lugar. Algunos comerciantes se dieron cuenta del potencial económico
que ofrecía esta nueva relación con los visitantes extranjeros,
que pagaban bien con tal de obtener lo que querían.
El
nuevo San Diego en 1871.
Poco después, con el establecimiento
de la aduana, se consolidó en la región una nueva dinámica,
representativa de los intereses económicos del gobierno central,
que de inmediato entró en conflicto con los intereses de los
pobladores locales. La aduana y su personal, por el cobro de los impuestos
y abusos que se cometían, se convirtió en el símbolo
del intruso lejano que sólo viene a beneficiarse de lo que otros
han logrado con esfuerzo y trabajo. Los habitantes del partido de La
Frontera, aislado totalmente del resto del país, se veían
sometidos a una relación de dependencia económica que
los obligaba a vender sus productos agropecuarios a California y a obtener
a cambio los satisfactores de sus necesidades, que al pasar por la aduana
se encarecían considerablemente.
El edificio de la aduana presentaba una
imagen de solidez e imponencia debido a sus características físicas,
similares a los de un fuerte: mucho muro, pocas ventanas. Sobresalía
visualmente entre las otras construcciones de la localidad, de tal manera
que junto con el monumento y la pequeña capilla de adobe, era
constantemente citado en la publicidad norteamericana como ejemplo de
cultura mexicana.
A pesar de su pequeñez y apariencia
humilde, el edificio de la capilla se distinguió de las demás
construcciones por su localización en la loma contigua a la aduana,
que lo hacía visible desde la lejanía. Es importante mencionar
que el material utilizado en su construcción fue el adobe, en
forma aparente, sin recubrimiento exterior. Esta característica
permitió a la construcción integrarse visualmente al terreno
sobre el que se asentaba, formando una unidad entre ella y la naturaleza.
Otra característica de este edificio era su semejanza con las
construcciones de adobe localizadas en el pueblo original de San Diego,
California, aledaño al presidio.
La
aduana y un grupo de comerciantes en 1889.
Esta imagen de arraigo fue totalmente
opuesta a la que reflejó el edificio de la aduana, ya que, no
obstante su estructura de adobe, típica de la región,
presentó una imagen de edificio independiente del suelo sobre
el que se levantó, por el enjarre con el que fueron recubiertos
sus muros exteriores. Parece ser que la intención fue, precisamente,
definir con claridad la obra del hombre, distinta a la naturaleza.
El resto de las edificaciones -la mayoría
dedicadas al servicio de los turistas- fueron fabricadas de madera con
procedimientos típicos del oeste norteamericano; es decir, primero
se levantaba la estructura del local con barrotaje, y posteriormente
se recubría con tablas de madera. Si comparamos una fotografía
de Tijuana de esta época con otra del centro del nuevo San Diego,
veremos la similitud de construcción y estilos en sus fachadas.
Muchas de estas construcciones eran compradas en San Diego y remolcadas
hasta Tijuana. Eran tantas las similitudes de estilo con lo construido
en San Diego, que los propietarios mexicanos se vieron en la necesidad
de disfrazarlas con sarapes y sombreros colgados en las fachadas, y
para que no hubiera lugar a dudas de que el visitante estaba en suelo
mexicano, se remataban los techos colocándoles la enseña
nacional. Ejemplo de ello fue el Bazar Mexicano de don Alejandro Savín,
establecido desde 1888, en el que se vendían todo tipo de curiosidades
y artesanías mexicanas.
A partir de 1889 al declararse oficial
el trazo de la nueva población, los herederos de Argüello,
en particular José Ramón, José Antonio, Francisco
y Julio iniciaron la venta de manzanas completas contiguas a la aduana.
Con anterioridad al convenio, las ventas habían sido de predios
rústicos. Todos los primeros pobladores querían estar
cerca de la aduana, a pesar de los enfrentamientos y quejas en su contra.
La razón era sencilla: los viajeros provenientes de ambos países,
estaban obligados a detenerse para informar sobre sus pertenencias a
los celadores de la aduana. Este alto obligado se aprovechaba, asimismo,
para descansar, comer o hacer algunas compras, tráfico que beneficiaba
a los comerciantes establecidos en el lugar.
Glorieta
Refugio del mapa de Zaragoza.
Calle
Olvera en 1906.
En 1890 se vendieron las primeras manzanas localizadas en la parte noreste
de la meseta en la que actualmente se encuentra el centro de la ciudad.
Si observamos el plano, se nota que cuatro de las manzanas alrededor
de la glorieta denominada Refugio -opuestas a las ya vendidas-, de momento
no se vendieron; la razón era que se localizaban en el fuerte
declive entre la meseta y la parte baja del núcleo original de
población.
A partir de 1891, debido a las lluvias
torrenciales que provocaron el desbordamiento del río en febrero
del mismo año y a la amenaza de futuras inundaciones, se inició
plenamente el desarrollo urbano de la población sobre la meseta,
que ofrecía mayor seguridad por su elevación. Se establecen
así: la nueva aduana, la oficina de correos; el Bazar Mexicano
de Savin; una casa de dos pisos que primero fue propiedad de Jorge Ibs
y posteriormente de Miguel González.
Puente
de madera sobre el río Tijuana al fondo en 1916.
La imagen general del nuevo núcleo
conservó, en la mayoría de las edificaciones, los rasgos
típicos de los pueblos del viejo oeste norteamericano. Los anuncios
en inglés acentuaban esta imagen. De la misma forma en que los
comerciantes mexicanos buscaron protección en una parte alta
para asentarse con carácter definitivo. La Tía Juana estadounidense,
que sufrió los mismos estragos por la inundación, se retiró
de la línea, hacia el noroeste en las partes altas. Esto implicó
que el cruce fronterizo se trasladara a su nueva posición, en
el extremo noreste del lecho del río. Por lo tanto, hubo necesidad
de construir el primero de una serie de puentes de madera, que en distintos
períodos comunicaron a ambas poblaciones. Este puente determinó
el punto en el que desembocaba el flujo de turistas provenientes de
Estados Unidos, en la avenida Olvera, hoy Revolución. Debido
a su orientación, los comerciantes establecieron sus negocios
con frente a la salida del mismo en la acera poniente de la calle principal,
para así presentarlos como un gran escaparate visible desde la
Tía Juana americana. Por su parte, la nueva aduana perdió
su preeminencia visual ya que se construyó con madera y dimensiones
mucho más reducidas que las de la anterior.
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INICIOS
DEL ALUMBRADO PUBLICO EN TIJUANA
En la primera década
del presente siglo, Tijuana contaba con 273 habitantes,
y a pesar de tan baja población ya iniciaba su auge
comercial como consecuencia de su proximidad con San Diego
y Ensenada, poblaciones ya bastante importantes en esa época.
El comercio se desarrollaba
principalmente sobre la avenida Olvera -hoy avenida Revolución-,
desde la calle Ira. hasta la 3ra., donde figuraban los siguientes
establecimientos: la tienda de abarrotes y curiosidades
de don Alejandro Savin, las curiosidades mexicanas de José
Geissman, la tienda mixta de Jorge Ibs, varios tendajones
y pensiones de caballos y dos agencias aduanales. El resto
de la población lo constituía el incipiente
caserío, que se distribuía principalmente
por la calle 1ra. y 2da. hacia el oeste, y hacia el sur,
sobre la meseta donde actualmente se encuentra el llamado
primer cuadro de la ciudad.
En 1912, el subprefecto político
de Tijuana, señor Rafael Guerra, presentó
a la superioridad del ayuntamiento de Ensenada, un presupuesto
elaborado por el señor Silvio Blanco, viejo residente
del pueblo, para la instalación de alumbrado público
por medio de faroles de petróleo, que importaba la
cantidad de doscientos pesos, misma que fue aprobada. Hay
referencias de que a mediados de 1913, el poblado contaba
con diez lámparas que no eran suficientes según
parece, pues de nueva cuenta se solicitó el apoyo
del ayuntamiento de Ensenada, para incrementar su número.
Ahora se adquirieron 14, unas con costo entre 500 y 600
pesos y otras entre 200 y 250.
En relación con este lote de lámparas, parece
ser que uno de los comerciantes no estuvo de acuerdo con
el sitio donde se colocarían, ya que se inconformó
en Ensenada, manifestando que se habían quitado faroles
de las calles para ubicarlos en una plazuela que se tenía
en proyecto, dejando a obscuras la calle principal. Al respecto,
el subprefecto Guerra contestó a esta acusación
aclarando que lo sucedido realmente fue que el comerciante,
inconforme, no veía con agrado la ubicación
de dicha plazuela, por el simple hecho de que no quedaba
frente a su casa. El subprefecto agregó que se lamentaba
de que en muchas ocasiones se frenara el mejoramiento del
poblado por anteponerse el interés individual al
beneficio colectivo.
Así las cosas en Tijuana,
venciendo poco a poco las dificultades y resistencia de
algunas personas, se fue logrando el mejoramiento material
del poblado, carente, en estos años, de los servicios
públicos más elementales.
Esto nos hace reflexionar,
setenta y siete años después de los sucesos
narrados, al comparar aquellos problemas urbanos -relativamente
tan elementales- con la problemática urbana actual
de nuestra querida ciudad -hoy con una población
seis mil
veces mayor-, convertida en un reto de todos los días,
a la inteligencia y voluntad de superación de sus
pobladores y autoridades.
FUENTE: Archivo de microfilm del Centro de Investigaciones
Históricas UNAM-UABC.
Antonio Padilla Corona
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Calle
Segunda. Al fondo, el casino Tijuana Fair en 1916.
La
Tía Juana americana se desarrolló poco a poco al ofrecer
a su vecina en México, los productos americanos que anteriormente
se obtenían en San Diego. De esta manera, a pesar de estar separadas
físicamente las dos poblaciones, vivían en mutua interdependencia.
A partir de la primera década del siglo se agudizó aún
más la americanización de la economía local, así
como de las costumbres de los habitantes de Tijuana. Causas de ello
fueron la llegada del ferrocarril por lado norteamericano y el inicio
de su construcción del lado mexicano, que contribuyeron a traer
cientos de turistas que llegaban por mar al puerto de San Diego, gracias
a la apertura del canal de Panamá. Otra causa fundamental de
la americanización que se reflejó de inmediato en la joven
población fue que, conforme avanzaba el prohibicionismo en California
-las medidas moralistas contra el consumo de bebidas alcohólicas,
la prohibición de carreras de caballos y otros juegos-, los promotores
norteamericanos empezaron a trasladarse a esta ciudad para ofrecer aquí
esas diversiones, que dieron lugar a una invasión de cantinas,
centros nocturnos y licorerías que dominaron visualmente la fisonomía
de la entonces llamada avenida A. Los únicos reductos de mexicanidad
en la población se fomentaban en la Escuela Elemental Nacional
-trasladada desde San Diego a esta localidad a principios de siglo-,
la pequeña capilla de madera y las casas que se empezaban a asentar
por la calle Segunda hacia el poniente, y los diversos ranchos dispersos
en los alrededores.
Parque
Teniente Guerrero.
Esta imagen mexicana de los pobladores
se reforzó al construirse, a principios de la segunda década
del siglo, el cuartel militar en la misma manzana de la escuela y de
la iglesia, de tal manera que se fueron desarrollando dos áreas
con características de imagen urbana muy distinta. Por un lado,
la avenida A con su bullicio, comercio, anuncios, turistas, cantinas
y apretujamiento. Por el otro, la hoy avenida Niños Héroes,
radicalmente diferente, en la que se desarrollaba la educación,
la disciplina, el espíritu religioso y la vivienda, en un ambiente más tranquilo y de imagen visual más
ordenada. Sin embargo, para 1915 y siguientes años, la tranquilidad
de la zona se vio fuertemente impactada por el establecimiento del primer
casino construido en grande en Tijuana, en la esquina que forman la
hoy calle Segunda y avenida Constitución, justo frente a la desembocadura
de la calle diagonal, denominada Argüello desde entonces. Dicha
feria aprovechó ventajosamente la corriente de visitantes que
atrajo la exposición San Diego-Panamá. Aquí se
ofrecía todo lo que les era prohibido en el puerto vecino como:
box, peleas de gallos, juegos de azar y espectáculos taurinos.
El edificio del casino Tijuana Fair, fue de los primeros construidos
con un estilo escenográfico-espectacular. Sus dos torres que
custodiaban la entrada se convertían en una fuerte invitación
psicológica a pasar a su interior. Pocos años duró
funcionando el casino, ya que su propietario, Antonio Elosúa,
entró en dificultades con el gobernador del distrito norte de
ese entonces, Esteban Cantú. Por algún tiempo se utilizó
para oficinas públicas, y a principios de la década de
los veinte, en su lugar se construyó el nuevo edificio de gobierno,
de sobrio estilo colonial, restituyéndole su anterior personalidad
y dignidad al área.
Los comerciantes de la avenida A también
sufrieron serias dificultades con el arribo de los promotores norteamericanos,
cuando éstos decidieron construir el hipódromo del otro
lado del puente aprovechando su inmediata cercanía con el cruce
fronterizo. Para 1916 iniciaba sus operaciones con la visita de miles
de turistas ansiosos de las carreras de caballos y juegos de azar que
se adicionaron al hipódromo. Desde el principio, éste
edificio significó un enclave para los intereses de los grandes
promotores norteamericanos. Las cantinas y comercios de la avenida A
no ofrecían ni la más mínima competencia, pues
el hipódromo lo absorbía todo como una gran esponja. A
su vez, los comerciantes de Tijuana se desesperaban en sus esfuerzos
por atraer “algo” de este flujo extranjero, en tanto que
su economía se iba deteriorando cada vez más. Los turistas
que acudían al hipódromo no se atrevían a cruzar
el puente de madera, y menos de noche cuando se carecía de toda
seguridad. Poco ayudó el tren eléctrico que se instaló
del cruce fronterizo hasta la diagonal Argüello para transportar
turistas, debido a su escaso tiempo en funcionamiento.
Palacio
de gobierno en 1921.
Podemos decir que a fines de la década
de los veinte y principios de la siguiente, la población presentaba una imagen
múltiple en su configuración urbana, reflejo físico
de sus funciones políticas, económicas y sociales. Primeramente
distinguiremos el área en donde se desenvolvía la generalidad
de la población en sus necesidades cotidianas (iglesia, cuartel,
palacio de gobierno, escuela y vivienda). Dicha área se localizó
a partir de la hoy avenida Constitución hacia el poniente, sobre
las calles Primera, Segunda y Tercera. Las características formales
y ambientales de la zona descrita, manifestaban los gustos e ideales
de sus habitantes. Dichas características se reforzaron aún
más en años posteriores, con el establecimiento del parque
Teniente Guerrero y los teatros Concordia y Zaragoza.
Dichos gustos y costumbres tenían múltiples elementos
similares a los de los habitantes de otras partes del país, sin
perder su propia forma de ser. Otra área que hemos distinguido
con características de imagen urbana muy singulares, es la avenida
A, que concebimos como un gran escaparate que nos deslumbra con su intensa
luz, impidiéndonos la vista a su parte posterior, sitio del área
del verdadero pueblo de Tijuana. El carácter frívolo y
de permisividad social que se desarrolló en el lugar, se intensificó
en forma escandalosa en los años posteriores, con la implantación
de la Ley Seca en los Estados Unidos.
En el otro lado del río se desarrolló
y multiplicó un enclave norteamericano de la economía
del juego, pero a diferencia de los comercios de la avenida A, que mostraban
un aspecto de improvisación y miseria en su mayor parte, el hipódromo,
casino y restaurant atraían a lo más granado de la sociedad
hollywoodense, que gustaba de la espectacularidad sustentada en la riqueza.
Pocos años después, dicho enclave se trasladó al
área del Agua Caliente, en donde adquirió su máxima
plenitud.
Es
así como se desarrolla la sociedad tijuanense entre múltiples
y diversas capas de interés, ajenos y extraños a su ser.
Desde entonces mantiene una sórdida lucha por hacer valer su
derecho a manifestarse y expresarse en su verdadera realidad. En ocasiones,
como consecuencia de la ceguera que causa la intensa luz del comercio
que se ofrece al extranjero, parece no existir. Sin embargo, con innumerables
dificultades resurge con nuevos bríos e intensa fe, en su destino
regional y nacional, como el baluarte más septentrional de nuestra
mexicanidad.
(*)
Fuente: Historia de Tijuana, edición conmemorativa del centenario
de su fundación, capítulo, Tomo II, Universidad Autónoma
de Baja California, Centro de Investigaciones Históricas UNAM
UABC, Tijuana, Baja California, 1989.
BIBLIOGRAFIA
Y FUENTES CONSULTADAS
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