Por Antonio Padilla Corona

     El 11 de julio de 1889 se firmó el convenio que concluyó el litigio, que sobre los terrenos del rancho Tijuana sostuvieron por largo tiempo los herederos de don Santiago Argüello. A dicho convenio se le anexó un plano de fecha 15 de junio del mismo año, con el nombre de Mapa del pueblo Zaragoza proyectado para localizarse en terrenos del rancho de Tijuana. Su elaboración quedó a cargo del ingeniero Ricardo Orozco, inspector federal de la Secretaría de Fomento, comisionado para informar sobre la situación real de los proyectos desarrollados en Ensenada por la International Company of México.

     El propósito de este trabajo es iniciar un estudio valorativo sobre dicho mapa, puntualizar en sus características físicas y funcionales y destacar con particular atención su significado y trascendencia para Tijuana. El tipo de explicación que pretendemos abordar es la que se refiere a las intenciones que se encuentran tras el hecho histórico, para conocer a los hombres que forjaron esas ideas. No tenemos suficientes datos biográficos del autor, pero tenemos una concreción de su pensamiento y, por lo tanto, podemos acercarnos a conocer al hombre y al grupo al que pertenecía. En nuestro caso particular, tenemos a la vista un plano que muestra claramente una serie de características urbanas que identificamos al relacionarlas con el momento histórico que se vivía en la época de su elaboración, tanto en nuestro país como en la Europa del siglo XIX; dichas características son:

     a) La preeminencia visual de la plaza Zaragoza, b) las cuatro plazas menores, c) las diagonales que dominan fuertemente el conjunto, d) la línea divisoria entre México y Estados Unidos, e) el río Tijuana, f) la avenida Internacional, en la esquina superior derecha (esta última se sobrepuso al antiguo camino que comunicaba a la vecina población de San Diego, California, con el sur de la península y viene a constituir el único elemento asimétrico en el plano que coincide con el eje de la avenida Internacional), g) la vía del Ferrocarril Peninsular y h) la estación de pasajeros del mismo un poco al sur.

     Al respecto cabe preguntarse: ¿qué significado tenían todos estos elementos de diseño urbano? ¿Por qué no se trazó la nueva población en forma más sencilla similar al tipo americanizado, como se hizo en las poblaciones de Ensenada y Mexicali, Baja California y Nogales en Sonora? o ¿por qué no fue de tipo colonial, en el cual se asignaba un sitio preponderante a la iglesia en la plaza central, junto con otros edificios de gobierno? ¿Qué significado tenían las avenidas trazadas en forma diagonal? ¿Por qué la jerarquización entre la plaza central y las plazuelas secundarias? ¿Por qué de la nomenclatura tanto del plano en sí, como de sus calles, avenidas y otros elementos urbanísticos?

     Al examinar el plano, lo primero que llama la atención, además de las diagonales, es la extensa superficie que abarca, casi 7.5 kilómetros cuadrados, comprendidos por un rectángulo de 2,400 m x 2,900 m. El tamaño impacta aún más cuando lo comparamos con los primeros planos de las poblaciones de Ensenada, Mexicali y Nogales, proyectados en la misma época que el de Tijuana.

     Refiriéndonos primero al plano de Ensenada, su traza urbana se incluyó como parte de un proyecto más amplio: el de la Colonia Carlos Pacheco, en el que también aparecen El Ciprés, Maneadero y Punta Banda. Este proyecto fue elaborado por el ingeniero civil norteamericano Richard J. Stephens, que trabajó para la Compañía Internacional de México. Cabe mencionar que Ensenada era capital del partido norte de la Baja California desde 1882 y contaba a fines de la década con una población de 1,280 habitantes. La porción del plano correspondiente al pueblo de Ensenada cubre una superficie de cuatro kilómetros cuadrados.

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     Con respecto a la población de Mexicali, ésta fue distribuida físicamente sobre una superficie menor al kilómetro cuadrado, por el ingeniero estadounidense C.R. Rockwood, al inicio del presente siglo. Su urbanización quedó tipificada dentro del modelo urbano norteamericano, cuyas características principales son la homogeneidad entre sus calles, avenidas y manzanas, sin rasgos visualmente destacados, a excepción de la fuerte banda en diagonal, sobrepuesta a la cuadrícula y que obedeció a la exigencia federal sobre el derecho de vía del ferrocarril del Sur-Pacífico.
     Finalmente, ejemplificamos con la población de Nogales, Sonora, que sabemos surgió a consecuencia de la construcción del ferrocarril a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. El primer plano que sirvió para su asentamiento en forma organizada fue el elaborado en 1884 por los ingenieros civiles Ignacio Bonilla, mexicano, y Charles E. Hebert, norteamericano. Dicho plano es único en el contexto fronterizo por la peculiar característica de haber sido elaborado conjunta y simultáneamente con el de la vecina población homónima de Nogales, Arizona, Estados Unidos. En su porción mexicana, su traza cubre una superficie menor al kilómetro cuadrado. Se distingue, a su vez, por la cuadrícula típicamente norteamericana, basada en la regularidad de calles y manzanas, exenta de elementos urbanos que implicasen cierta jerarquía o dominio visual. Cabe señalar que en la nomenclatura usada en sus calles se asignaron tanto nombres de personajes o funcionarios a nivel nacional como regional. Llama la atención que la calle denominada Díaz, en honor del presidente de México, sea una de las últimas en el plano con respecto a la línea internacional, por cierto, también de muy corta longitud y por lo mismo, de escasa importancia urbana.

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     Podemos darnos cuenta por lo anterior, que el proyecto para la nueva población de Tijuana fue mucho más ambicioso que los elaborados para el resto de las poblaciones mencionadas. Si comparamos su superficie con la de Ensenada, vemos que fue de más del doble y más de siete veces en relación con las de Mexicali y Nogales. Ello a pesar de que adolecía de la importancia político-naviera de Ensenada, el potencial agrícola del valle y río Colorado en Mexicali y la comunicación ferroviaria en Nogales como paso obligado entre el puerto mexicano de Guaymas y la región este de los Estados Unidos.

     Para identificar el significado de los elementos urbanos que componen el plano del pueblo del rancho de Tijuana, es necesario ubicarnos en la época de su elaboración comprendida en el período histórico nacional de la segunda reelección de Porfirio Díaz como presidente de México. En esta época, tres eran los tipos fundamentales de ideas que se manejaban en el país; las ideas conservadoras, que pugnaban por volver al antiguo orden; las ideas liberales, proclamadas por los jacobinos, descendientes de la Reforma, y las de los positivistas, comprendidas en el sistema filosófico promulgado por Augusto Comte en Francia a mediados del siglo XIX, importado a nuestro país por Gabino Barreda en 1867 y adoptado finalmente por el gobierno de Díaz. Aunque sea brevemente, mencionaremos algunas de las circunstancias históricas en las que surgió dicha doctrina en México.

     En época de la Independencia, el tradicionalismo y las clases privilegiadas de la colonia, iniciaron el choque contra la filosofía de la ilustración. Cincuenta años después, el jacobinismo mexicano, cuyo principal triunfo fue en la Guerra de Reforma, terminó con Maximiliano de Austria y con la última esperanza de los conservadores.
El partido de la Reforma era amo y señor de la nación mexicana; pero ésta no era sino un país en ruinas. Ruina y desolación era lo que por todas partes se encontraba. El desorden y la anarquía reinaban en todos los rincones de la República. El vencedor necesitaba establecer nuevamente el orden. Era menester establecer dicho orden, después de más de medio siglo de desorden.

          Obtenido el triunfo era imprescindible afianzarlo y para ello era necesaria una filosofía de orden, que no requería ser inventada, pues ya existía, esta filosofía fue el positivismo. Por otro lado, una vez que la burguesía mexicana alcanzó el poder con Porfirio Díaz, se encontró con que tenía que enfrentarse a los viejos liberales anticatólicos que veían al nuevo grupo como otro grupo más en el poder.
Los positivistas mexicanos tuvieron que seguir enfrentándose a las ideas que pugnaban por el viejo orden, sostenidas por los grupos conservadores. También tuvieron que enfrentarse a las ideas del liberalismo, a los jacobinos, que no aceptaban el nuevo orden.
No obstante las circunstancias, el gobierno de Díaz decidió establecer el nuevo orden, pero ya no el de la autoridad que se apoya en la tradición, el tiempo y la historia, sino un orden que tenga como base la propia libertad del hombre mismo.
Lo que se quería era orden y el positivismo fue utilizado al servicio de ese orden.

El positivismo se transformó en una doctrina neutra, que hablaba del orden social, pero al mismo tiempo decía no intervenir ni atacar ninguna idea, lo mismo fuese ésta católica o liberal.

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Este ideal no pasó de ser una utopía, ya que poco después,
La burguesía mexicana, enemiga como toda burguesía, de la violencia física, hizo violencia espiritual, sirviéndose del positivismo como instrumento. Justificó sus propios privilegios y los defendió por medio de la filosofía positiva. Cuando el convencimiento doctrinal fue insuficiente, la burguesía mexicana, una vez dueña del poder, utilizó los métodos que antes había repudiado cuando los aplicaron en contra de ella: la violencia física.

(*) Fuente: Historia de Tijuana, edición conmemorativa del centenario de su fundación, capítulo IV, Tomo II, Universidad Autónoma de Baja California, Centro de Investigaciones Históricas UNAM UABC, Tijuana, Baja California, 1989.

     Sin embargo, hubo una primera etapa (1877-1896) en que el gobierno porfirista se caracterizó por buscar la pacificación, conciliación, evolución económica y estabilización en general. Es en esta etapa y en ese espíritu optimista hacia el futuro, cuando el mapa del pueblo Zaragoza se concibió y fue oportunidad para dar representación gráfica al ideal positivista que dejó en él su huella y al mismo tiempo logró reflejar, genialmente, el afán por la nueva libertad. Uno de los primeros significantes que se aprecian en el mapa es el rechazo en el punto de partida, del retorno a la tradición histórica, tipificada por el modelo hispano-colonial y formada por una cuadrícula en cuyo centro se asentaba, tanto el poder religioso como el civil; también se dejó de lado la homogeneidad indiferente y hasta cierto punto irreflexiva, representada por el modelo liberal-norteamericano, en cuya cuadrícula no aparece ninguna jerarquía visual, a excepción de una calle que la atraviesa pero sin sentido alguno.

Modelo de la ciudad norteamericana. La ciudad monetizada.

     En relación con este último modelo hay que recordar que la cuadrícula de calles y manzanas apareció en la antigüedad con Hippodamos y el racionalismo griego; luego la utilizaron los romanos por razones militares y por necesidad de la colonización, como la hicieron después los españoles en América. En Grecia, Roma y en Hispanoamérica, la cuadrícula, hasta cierto punto monótona, se enriquecía y se llenaba de vida con la existencia de centros cívicos dominantes: el ágora, el foro, la plaza mayor. En el modelo norteamericano se volvió a emplear la cuadrícula, pero por motivos exclusivamente de utilidad y de especulación con los terrenos. Es una fórmula que da oportunidades de circunstancias análogas a todos los predios; la comunicación se resuelve con una vía única que se extiende indefinidamente. En la mayoría de los casos se usó la traza perpendicular, con aridez y monotonía, consecuencia de un espíritu estrictamente utilitario y por lo mismo sin vida. El trazo se extiende árido e igual, sin centro dominante. Las calles son todas iguales para de esta manera poder cotizar igualmente. Cuando la repartición del terreno es desigual, es porque domina la función (un río, una montaña, una vía férrea). Cuando la repartición es igual, es porque sólo cuenta la pura posesión indiferente de la función. Cualquier otra solución funcional que no hubiera sido la simple cuadrícula, habría dañado a los intereses de los especuladores.

     En cambio, en el plano Zaragoza se parte de un orden racional, positivista, y según éste, basado en la libertad del hombre; orden con un sentido indicador de avance y progreso. Se parte no del presente como lo ejemplifica el ideal norteamericano sujeto a necesidades pragmáticas; ni del pasado como lo representó la tradición hispano colonial, sino del mismo futuro, como una meta particular basada en la razón, no como aventura.

     Las diagonales vienen a significar la manifestación perfecta de este nuevo orden y nueva libertad con alcance humano; lo integran todo, como los brazos de un gran árbol que unen a las hojas más distantes con el tronco principal. Asimismo, significan una nueva alternativa a la libertad de acción con respecto a los modelos norteamericanos e hispano-colonial, que se caracterizan por restringir el movimiento a dos direcciones independientes una de la otra y formando ángulos de noventa grados. Es decir, estamos ante un esquema bidireccional de carácter estático. En cambio, la diagonal conjuga las fuerzas perpendiculares vertical y horizontal; es la conjunción dinámica de ellas; es su alternativa a la acción y al movimiento.
     Es sorprendente la similitud del mapa Zaragoza con la Utopía de Tomás Moro, ambas están pensadas:

de acuerdo con un plan en el que no interviene el azar. Una sola mente, una sola razón las ha hecho, por esto no hay la imperfección de lo que se va acumulando. . . Aquí todo ha sido construido de acuerdo con un plan racional. De ahí su perfección y sencillez. . . Esas viejas ciudades, que no fueron al principio sino aldeas, y que, con el transcurso del tiempo han llegado a ser grandes urbes, están, por lo común muy mal trazadas y acompasadas si las comparamos con esas otras plazas regulares que un ingeniero diseña, según su fantasía, en una llanura. . . De eso se trataba, de construir un nuevo mundo de acuerdo con la fantasía, diseñado en una llanura sin obstáculos, es decir, sin historia, sin tradición, sin comunidad, sin compromisos con los otros. Este mundo sólo podría estar en el futuro. En éste, el hombre podía ser aquello que no había podido ser. El futuro es el campo de la fantasía, la imaginación, lo que aún no es y por lo mismo, puede ser en infinitas posibilidades.
              Esta y otras “utopías” que representaron teorías urbanísticas tuvieron su expresión más elaborada en el Renacimiento europeo de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, el hallazgo de planificar una ciudad como obra de arte de inmediata percepción visual se dio hasta tres siglos después, en el barroco tardío y el neoclasicismo. Esta concepción urbana de carácter puramente abstracto, es decir, basada en un ideal, sólo se interesó en lo que debería ser la ciudad y no lo que en realidad representaba.

Paralelograma de Owen.

La perspectiva -herencia del Renacimiento-, fue el instrumento ideal para el trazado y composición de las nuevas ciudades. El mejor y más bello ejemplo fue el Paris del barón de Haussmann, a mediados del siglo XIX en el que con sus grandes avenidas radiales, se formaron conjuntos de sorprendente amplitud y monumentalidad. De la concepción plana bidimensional que se tenía anteriormente de la ciudad, se descubrió gracias a la perspectiva, la tridimensionalidad del espacio al percibirse en su profundidad.

     Las diagonales del Mapa Zaragoza conllevan la perspectiva; la uniformidad supedita lo particular a la ley del conjunto; nada perturba la continuidad de sus líneas que enfocan hacia la plaza monumental. La perspectiva suponía la contemplación del mundo desde un solo punto de vista, desde un ojo único que abarca todo el conjunto, pero a diferencia de la concepción del barroco y del neoclasicismo europeo, en que a través de la perspectiva se manifestaba el poder humano o del príncipe, en este proyecto de traza urbana, la visión focal o centralista coincide con el ideal libertario personificado en la figura del general Ignacio Zaragoza, campeón de la lucha por la emancipación mexicana del tutelaje extranjero. La nomenclatura de las avenidas refuerza aún más este significado de libertad, al darse a éstas los nombres de los principales actores que a través de la historia se distinguieron en esta lucha, desde la época de la Independencia hasta la Reforma.

     Es interesante observar, como otras manifestaciones del afán ordenador, la colocación alfabética de la nomenclatura en las avenidas, y numérica en las calles. Así, de poniente a oriente tenemos las avenidas Allende, Bandini, Corona, etcétera; y de norte a sur, las calles la, 2a, 3a y siguientes.

El mapa responde al tipo de ordenación perspectivista, en cuyo punto focal se localizó la plaza monumental, dedicada a servir de marco, con toda seguridad, a la estatua del libertador que da nombre a este proyecto urbano.

     De la plaza Zaragoza surge el nuevo orden, la nueva libertad, de aquí parte todo lo que conforma el conjunto y es la razón de su ser. Todo está dispuesto de acuerdo al plan. Se conjugan así el afán de magnificencia propio del urbanismo neoclásico europeo y el deseo de exaltar el nuevo orden de carácter centralista, vértice de todo el sistema político mexicano imperante en esa época.

Avenida de la Opera en París.

Monumento de Zaragoza.

     El mapa del pueblo Zaragoza, proyectado para localizarse en los terrenos del rancho de Tijuana, Baja California, México, representa un ejemplo del orden positivista mexicano idealizado en un proyecto urbano, posiblemente único en el país, en el que tomó forma la utopía de los inicios del porfiriato, cuando se creyó posible liberarse de las ataduras del pasado para emprender la ruta del dogma del progreso sin límites, pletórico de promesas para la totalidad de los ciudadanos.

     La soledad del norte de la península californiana, frente al poderoso país vecino, fue el marco que permitió proyectar esta utopía que incluso imaginó una llanura libre de obstáculos, propia para una gran ciudad, donde la realidad impone condiciones inadecuadas al desarrollo urbano. No obstante, las causas que originaron el proyecto fueron reales -entre otras el intenso crecimiento poblacional de San Diego, California, como consecuencia de la introducción del ferrocarril-, tan concretas que hoy, a casi cien años de la elaboración del plano, constatamos día a día el incontenible desarrollo de la ciudad que sobrepasó aquella fantasía inicial.

     Sin embargo, en la esencia de Tijuana se siguen mezclando la utopía y la realidad, los sueños y las realizaciones, tal como aparecen mezclados en su configuración urbana los rasgos que dejó la utopía modificados por la realidad: desaparecieron las diagonales, las glorietas, la plaza principal y tres cuartas partes de su trazo original, pero en el corazón de la Tijuana actual siguen vigentes las primeras calles y avenidas e incluso algunos nombres de éstas, tal como aparecieron en el proyecto original del pueblo de Zaragoza.
     Y estos signos perennes, constituidos por las calles del centro de la ciudad, simbolizan otra realidad más profunda, nuestra propia permanencia como verdadera mojonera, no la de granito que aparece en las viejas postales y que aún está enhiesta ahí, sino la recia mojonera del espíritu, que implica nuestra responsabilidad histórica de hombres de frontera, fincados en los valores de nuestra cultura y abiertos a la universalidad.

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